Julio Albillo Martin

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“Mientras me quede voz hablaré de mis muertos…”

Baldomero Picado Rodríguez y Julia Dancla de Castro, mis bisabuelos, se casaron en el año 1921, y ambos vivían junto con sus hijos en Valladolid. Muchos de los niños de aquel humilde barrio recibían su educación en la famosa escuela particular de “don Baldomero”, la escuela de mi bisabuelo, donde mi bisabuela a veces daba clase con él. Baldomero Picado Rodríguez nació en Encinas de Esgueva (Valladolid), el 27 de febrero de 1891, obteniendo el título de Magisterio en 1918. El 22 de octubre de 1923 estableció el colegio en Valladolid, en el humilde barrio de “Las Delicias”. La escuela tenía alrededor de 60 alumnos, a los que enseñaba sin odio ni venganza, con amor, pues la docencia fue siempre su vocación. Con los niños leía libros como el Quijote, fábulas de Iriarte y Samaniego… incluso en verano los llevaba de excursión al Pinar de Antequera, a la antigua estación de trenes de La Esperanza o iba con ellos a un parque cercano a coger fruta. Baldomero era de aquellas personas que en el barrio decían: “Con verdadero sentido común” …


El miércoles 15 de julio de 1936, a la una de la tarde, don Baldomero se despidió hasta el lunes de sus alumnos, y echó la llave de la puerta de su escuela, sin saber que aquella era la última vez que lo iba a hacer… El sábado estalló la Guerra Civil. Ese día se empezaron a oír los primeros disparos, a ver los primeros muertos en la calle y las primeras detenciones. El lunes 20 no sabía si debía o no acudir a dar clase a su escuela, pero sus sesenta niños y niñas le estarían esperando, jugando frente a la puerta y decidió ir, pues nunca había faltado a su obligación. Salió a la calle, vio a la gente caminando muy rápido, con miedo, y en las esquinas vio piquetes armados y camionetas militares… “¡Ese es el maestro de las Delicias! ¡Seguro que sabe quién ha quemado la iglesia!”, se escuchó desde uno de los grupos de hombres de una de las esquinas. Con esa excusa, Baldomero fue llevado a las cocheras de los tranvías, donde iban detenidos quienes no tenían antecedentes políticos. Lo llevaron al patio, con el grupo de personas de la capital. Los presos no paraban de entrar, ni tampoco sus familiares, para traerles mantas y comida. Por la noche los despertaban con disparos al aire y los hacían levantar desnudos para rociarlos con el agua de una manguera. Los presos tenían como comida habitual un cazo de agua con algún garbanzo crudo. El veinticuatro de julio lo metieron en un furgón para trasladarlo a la Cárcel Nueva de la ciudad, donde todas las celdas se encontraban abarrotadas de presos políticos, muchos dormían en el suelo por falta de espacio. Cuando llegó allí se enteró de la noticia, Onésimo Redondo, jefe provincial de Falange, había sido asesinado, pues había tenido un encontronazo en Labajos (Segovia) con Anarquistas (F.A.I.) en lo que él creía que era Zona Nacional, siendo tiroteado por estos. Al día siguiente, el hermano de Onésimo envía un comunicado al Estado Mayor Militar informando de que a partir de unas averiguaciones realizadas se cree que los presos habían planeado la muerte de Onésimo, comunicándose por medio de cartas. En la lista de acusados se encuentra el nombre de Baldomero Picado. Pero el supuesto complot resulta imposible ya que jurídicamente estaba plasmado que los presuntos culpables se encontraban detenidos en cuatro dependencias diferentes, y que muchos de ellos estaban incomunicados desde el día dieciocho. Por ello el juez instructor cambia la instrucción del Sumario de Urgentísimo a Sumario Urgente, para tener más tiempo para juzgar el caso. El hermano de Onésimo, furioso por la decisión del juez que implica aplazar los fusilamientos, aprovecha que casi todos los acusados se encuentran en la cárcel para poner otra denuncia ante la Auditoría de Guerra, acusando a los presos esta vez de haber planeado el bombardeo del Cuartel General en Madrid. En las alegaciones todos los acusados niegan haber tenido nada que ver con los hechos, porque además han estado incomunicados. Don Baldomero les repetía que “no cabe en cabeza humana bombardear edificios”. Ese mismo día se firma el acta de acusación y el juez eleva a definitivas las acusaciones. El 14 de agosto se forma el consejo de Guerra, que dictaminó la pena de muerte para ocho de los acusados y 30 años de cárcel para el resto, y además el pago de 30.000 pesetas de indemnización a los familiares de los fallecidos en el Cuartel, por el bombardeo. Baldomero no podía creer lo que estaba sucediendo. Los sueños que tenía don Baldomero de volver a ver a su familia y de volver a su escuela se derrumban cuando le comunican que han sacado a su esposa de casa al amanecer… Julia Dancla de Castro, mi bisabuela, se encontraba en su casa, con su bonito vestido de color negro y una camisa morada, en compañía de su hijo pequeño y uno de sus sobrinos de corta edad, cuando llamaron a la puerta. Ella abrió, eran dos guardias civiles que le dijeron que los acompañara, a lo que ella dijo “Esperen un momento, a que me cambie de ropa”, y ellos le contestaron diciéndole: “No hace falta que se cambie de ropa, porque para a donde va a ir…”. Entonces Julia se echó a llorar desconsoladamente, sabiendo lo que iban a hacer con ella, pues ya eran conocidos los famosos “paseos”, y se la llevaron de su casa, ante los ojos de los niños. Juana “la Avellanera”, vecina suya, le contó a su hijo al día siguiente cómo Julia estuvo gritando moribunda durante mucho tiempo, tirada dentro de una alcantarilla con rejilla, con un tiro en la cabeza mal dado, clamando por sus hijos. Nadie se atrevió a ir a socorrerla, porque quien lo hiciera correría la misma suerte que ella. De su desesperación parece que Julia estuvo intentando salir de allí, pues encontraron sus dedos y uñas destrozados. Allí murió ese día, el 26 de agosto de 1936, a los 45 años, dejando huérfanos a sus dos hijos, de 23 y 14 años. El más pequeño, Manuel, identificó su cadáver días después en el depósito, pues el mayor, Jesús Ortiz estaba en paradero desconocido, convirtiéndose desde entonces en un “topo” más de la España Franquista. Manuel Picado, con solo 14 años, fue juzgado y absuelto en la causa, en un consejo de guerra. Entonces Baldomero supo cuál sería su destino… El 30 de agosto de 1936 fue paseado y fusilado, a los 45 años, extrajudicialmente, como tantos y tantos maestros, siendo culpados por crímenes no cometidos... siendo inocentes. En este caso su crimen real fue el de ser un maestro que durante dos años perteneció a la junta del Casino republicano de Valladolid, es decir, su ideología fue el crimen, no la vil e imposible idea de haber sido el responsable intelectual del bombardeo de un Cuartel Militar y de la muerte de Onésimo Redondo en Segovia, porque además, según la propia Fundación Francisco Franco, desmienten que la muerte de Onésimo hubiera sido planeada:


También hay que descartar que, la actuación contra Onésimo por parte del bando rojo fuese una acción planificada, ni siquiera una emboscada. […] Por nuestra parte nos mostramos contrarios a cualquier teoría conspirativa […] todo pareció ser un combate de encuentro. (Redacción FNFF, 2012).

El verdadero artífice del asesinato de Baldomero y Julia fue un familiar lejano de ambos que era falangista, llamado Santos, más conocido como el “Mano Negra”. Él mandó a un conocido que los matara, por lo que las acusaciones anteriores no fueron más que una farsa para justificar otros dos asesinatos más cometidos por el franquismo. La escuela de don Baldomero fue comprada por Aniceto Llamas, pasando a ser una academia, llamada “Academia Llamas”.

Mi familia nunca supo el paradero de sus cuerpos sin vida, hasta que, en el año 2020, gracias a más investigaciones propias, han sido localizados en el Cementerio Municipal de Valladolid, El Carmen, por parte de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica Valladolid. Sus cuerpos fueron tirados en el 1936 a una de las diez fosas comunes que allí se encuentran, las cuales albergan un total de 2.650 víctimas. En honor a todas estas víctimas se construyó en el cementerio un monumento, inaugurado el 16 de febrero de 2020, en el que aún queda por incluir los nombres de todas las víctimas en placas de acero inoxidable. Dos placas tendrán los nombres de Baldomero Picado y Julia Dancla. Debajo de él descansan los restos de los familiares que ya han sido identificados a través de pruebas de ADN.

Toda mi familia sufrió duramente la represión franquista. El propio hermano de Julia, llamado Manuel Dancla fue encarcelado por pertenecer a un sindicato. El hijo del matrimonio, Manuel Picado, también fue encarcelado, acusado de formar parte de un complot y su hermano (mi abuelo) Jesús N. Ortiz, realmente conocido como “Tiburcio” o “Andrés”, sus nombres falsos, vivió escondido junto a su esposa Leocadia (Petra era su apodo falso), e hija (mi madre) recién nacida ese mismo día, desde el verano del 36, durante 11 largos años.


Se escondía en cuevas, dentro de tejados, y dentro del ventorro de unos conocidos. Se dejó la barba muy larga, al igual que el pelo para evitar ser reconocido. Su dedicación en aquellos tiempos era la de ser calderero, y a escondidas escuchaba la emisora de radio clandestina “Pirenaica”, como tantos españoles hacían, pues escuchar otra emisora que no fuera la nacional era delito y se podía cobrar con la vida, la escuchaba para enterarse de los acontecimientos que sucedían fuera. Por las noches salía a robar lentejas a los campos, las cuales luego repartía también con algunos de sus vecinos que se encontraban en situaciones parecidas, por lo que se encubrían. Fue una época en la que, debido a su condición, pasaba mucha hambre, por ello a veces solía matar algún gato para comerlo junto con su mujer e hija, e incluso una vez hizo filetes con un burro que se encontró muerto. Mientras pasaban los años, su hija iba creciendo, y la llevaba consigo en brazos si alguna vez se veía en la obligación de salir al exterior, para cubrirse la cara con ella, y para que así le avisara si se le acercaba algún guardia por las espaldas. Los únicos juguetes que tuvo su hija, mi madre, eran dos ranitas que cogía de un pozo, las cuales metía en una lata de sardinas vacía, a modo de cama, poniéndolas una telita por encima para taparlas, como si fueran sábanas. Se escondía para que no le encontraran y fusilaran como hicieron con su madre y su padrastro, porque cuando la iglesia del Carmen del barrio de las Delicias fue quemada, él vivía en una casa molinera cerca de allí, y el cura don Mariano echó la culpa a “los rojos” de la quema de la iglesia, y este fue el trágico pretexto para realizar una persecución implacable contra muchos de los vecinos que habían demostrado tener ideas liberales, pretexto que sirvió de excusa para llevar a Baldomero a la cárcel y pretexto para intentar hacerlo también con su hijo. Además, es bien sabido, según las memorias de todos los vecinos de aquel barrio, de la propia nieta de Baldomero y Julia (mi madre), que el propio cura de las Delicias fue quién quemó u ordenó quemar la iglesia, para que construyeran una nueva.

Debido a la condición de “topo” de Tiburcio, no figuraba en las escrituras de la casa de su madre Julia Dancla, y por lo tanto no pudo heredarla. Cuando pasaron 11 años, poco a poco dejó de esconderse, y para ganar dinero, aprendió a tocar el acordeón, le enseñó a su hija a hacerlo también, y juntos se dedicaron a tocar por las calles, teatros, autobuses… Llegando a ser conocidos por todo Valladolid, por la gran música que tocaban y por su gran generosidad. Más adelante trabajó en la Renfe y por último en el Club de fútbol Real Valladolid, de utillero. Siempre se desvivió por los demás, llevaba bocadillos de embutido para los jugadores, les lavaba la ropa a mano, y cuando se iba de vacaciones a Suances (Cantabria), llevaba una maleta llena de chorizos, quesos y demás fiambre para repartir a todos sus conocidos.

Tiburcio murió de cáncer el 19 de octubre de 1980 a los 67 años, la misma enfermedad con la que murió su hija, el 26 de noviembre de 2018 a los 81 años.


La represión afectó duramente a los maestros de toda España, aspecto que casi nadie conoce, tanto que durante la guerra civil se crearon varias comisiones de depuración del magisterio que se ocuparían de todos los niveles educativos: Universidad (A y B); Segunda Enseñanza, Inspectores, Escuelas Normales, Comercio, Artes y Oficios, Trabajo y Personal de las Secciones Administrativas (C); y magisterio de Primera Enseñanza (D). De estas dos últimas había una Comisión por provincia. Las comisiones de clase D, encargadas del magisterio primario, eran las más conocidas. Cuando se le abría a un maestro el expediente de depuración se reclamaban a las distintas autoridades informes sobre la conducta profesional, particular y social de los docentes, así como de sus actuaciones políticas. Eran obligadas las valoraciones del alcalde, del cura, del comandante de la Guardia Civil y de un padre de familia bien reputado. Los informes investigaban no solo la actitud política del docente, sino también aspectos puramente privados: ideas, moral, actitudes, actos de militancia política y sindical, sexualidad… informes que las comisiones estudiaban y en consecuencia formulaban los cargos.

Las sanciones podían ser: inhabilitación, separación definitiva del servicio, descenso, suspensiones temporales de empleo y sueldo (de un mes a cinco años), traslados forzosos, prohibición de pedir traslados para ocupar cargos vacantes, inhabilitación para interinidades, jubilaciones forzosas, etc. O la muerte, normalmente de forma extrajudicial… como ocurrió con miles de docentes, de todas partes de España, como ocurrió con mis bisabuelos. Los últimos estudios indican que el número de docentes depurados en España, en el año 1936, fue de 60.000.

Además, como se puede comprobar, la represión no solo afectó a los maestros, sino también a sus familias, una represión física… y psicológica, pues Julia Ortiz, mi madre, nieta de Julia Dancla, hija de Tiburcio, estuvo toda su vida reviviendo el sufrimiento de sus abuelos y de su padre, pues lo presenció desde que era un bebé, escondida con él y su madre, y nunca se atrevió a hablar de ello en público por miedo, hasta el final de sus días. No solo mi familia paterna sufrió duramente la represión franquista, también mi familia materna, pues mi bisabuelo, Ismael Labajo y mi bisabuela, Aurora Mateo, fueron encarcelados por su ideología, conociéndose allí en la cárcel; mi otro bisabuelo materno, Rafael García, estuvo a punto de ser fusilado, pero su primo, canónigo de la catedral de Valladolid, le bajó del camión; dos primas mías fueron fusiladas estando embarazadas, recibiendo tiros primero en el vientre; y otros cuantos primos fueron encarcelados y/o fusilados (paternos y maternos) (Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica Valladolid, 2014). En total, alrededor de quince miembros de mi familia sufrieron la represión franquista. La Asociación Para la Recuperación de la Memoria Histórica logró cifrar más de 3.000 personas “paseadas” en Valladolid. La muerte, además, era un espectáculo: numerosos vallisoletanos subían a primera hora de la mañana al campo de San Isidro para contemplar las ejecuciones dictadas por los consejos de guerra, muchos veían este macabro evento comiendo churros y chocolate caliente en un puesto ambulante que un empresario oportunista había instalado allí para la ocasión. Los vecinos de los barrios colindantes (Pajarillos, Delicias) escuchaban aterrorizados los disparos y descifraban el número de ejecutados contando los disparos. En la mayoría de las ocasiones, un cura acompañaba a la cuadrilla de guardias a su labor de realizar los fusilamientos, para que las víctimas pudieran confesarse antes de acabar en la fosa enterrados, siendo así la iglesia católica cómplice de todos los delitos.


Por todo ello: Justicia, Memoria, Salud y República.